Cientos de miles de muertes son evitables cada año, pero culturalmente no estamos preparados
Día a día observamos cómo cientos de miles de personas se aproximan más y más al día de su muerte. No de una forma natural sino provocada. No de una forma repentina, sino lenta y dolorosa. Consumiendo sus bienes, sus relaciones, gastando tiempo, energía y asignando una prioridad existencial a algo que acaba cada día con más vidas. Tanto del que lo busca, como de las personas a su alrededor.
Muchas personas se defienden explicando que todos morimos, que siempre debe haber un motivo. Otros dirán que les da igual dejar este mundo pero, creedme, cuando una persona de verdad mira a la muerte a los ojos, y se encuentra con ella cara a cara, lo último que quiere hacer es dejar este mundo. Aunque lo más triste es que pocas de esas personas serían capaces de dejar lo que están haciendo y empezar a aprovechar y valorar la vida como se merece. Y lo peor, es que gran parte de la sociedad actual, aún ve con buenos ojos las constantes agresiones que a diario se producen, tal vez involuntariamente, pero que pueden tener repercusiones irreversibles.
En algunos sitios dicen que “El tabaco causa 60000 muertes anuales en España. ¿Qué son 60000 personas entre 46 millones? 13 personas de entre cada 10000. Y hay que saber que en ese cálculo no sólo entran fumadores activos, que compran, consumen y deciden voluntariamente sus acciones a pesar de saber sus consecuencias. En ese cálculo encontramos casi un 5%, es decir cerca de 3000 personas al año que mueren por exposición al humo de otras personas, sin decidir ellos qué consumir, ni cuando. Son 6 personas de cada 100000 que cada año morirán por una enfermedad provocada por algo que no han hecho voluntariamente. Tal vez por mantener su trabajo, por encajar en una sociedad que ve como algo normal invadir el aire de otros o simplemente por ejercer su derecho a la libertad.
60000 muertes al año, puede parecer poco, pero al cabo de 10 años, serían unas 600000 personas. ¡Imaginad que una ciudad como Málaga desapareciera del mapa cada 10 años! Todo por culpa de un asesino, no silencioso, pero tolerado, tanto por personas, como estados. Sí, en España tenemos la ley anti tabaco desde 2011, que a pesar de su mala implantación ha hecho una gran labor; aunque en mi opinión es una lucha de boquilla. No hablo de prohibir las sustancias, ya que la historia nos dice que siempre que se prohíbe algo, la gente siempre se las apaña para seguir consiguiendo y consumiendo la sustancia. Hablo de esfuerzos para reducir su atractivo, reducir el lucro de muchas respetadas empresas a costa de asesinatos encubiertos con gente adicta a sus preparados. Hablo de eliminar su poder como pegamento social. Y el Estado español, siempre en mi opinión, destina esfuerzos desproporcionados a la lucha controla males virtuales de los que estamos hartos de escuchar en las noticias a diario; y no se preocupa por combatir un mal real que mata miles de personas cada año.
Y muchos podrán decir: “También puedes salir de casa, cruzar la calle y que te atropelle un autobús”. Estoy de acuerdo, cada año hay en España 10000 atropellos, y de ellos 400 personas mueren al año. Aunque es una proporción menor, hay una gran diferencia: cuando hay un atropello, se buscan los culpables, se reconstruyen los hechos y se estudian las formas de evitarlos. Es cierto que si la culpa es del conductor, el peatón poco podía hacer, y puede morir, cosa que no se va a recuperar y el conductor deberá vivir con una muerte a sus espaldas toda su vida, cosa que se diluye cuando hablamos del humo de segunda mano, que no suele ser una sola persona la causante.
También es cierto que en la sociedad actual hay muchas sustancias nocivas, químicos, vertidos, contaminación y cientos de amenazas que surgen cada año. La gran diferencia es que todas estas amenazas, se estudian, se persiguen y se regulan; la sociedad las expone y recoge firmas, en televisión hay programas para denunciar lo que ha sucedido. A veces, es verdad que una sociedad alarmista es contraproducente, se escucha muy fuerte la denuncia, pero el estudio posterior cuando no arroja los resultados deseados, no suele tener mucha relevancia (entendiendo relevancia como gancho para informativos, como es la moda). Pero con el tabaco, tengo la sensación de que tanto sociedad, como autoridades lo ven como algo normal, a pesar de que conocen sus efectos contra la salud desde primeros del siglo XX.
Pero es triste, que aún en 2018, estés en una estación de tren, dicha estación plagada de carteles diciendo que no se puede fumar, que está muy bien que peguen carteles. Pero tras bajar del tren, en un tramo de camino exterior, sea casi imposible respirar por la nube de humo que proviene de decenas de fumadores descontentos con el aire limpio. Por supuesto, ante la mirada sonriente de todos los trabajadores tanto de la estación como del tren (porque seguro que algún viajero llevado por su adicción es capaz de no volver a utilizar el medio de transporte, o utilizar influencias para que el jefe de turno del empleado que hace su trabajo decida prescindir de una persona que ha hecho respetar las normas), del personal de seguridad e incluso autoridades locales en la propia estación. Porque un viajero se lo puede decir a otro, pero si no cuenta con cierto respaldo y hay decenas de personas saltándose las normas, no se conseguirá nada.
Porque es triste que en una cabalgata de Reyes Magos, en plena multitud, con miles de niños pequeños, tanto niños como mayores hacinados sin mucho margen de maniobra, haya personas que decidan contaminar el aire de todos los que están a su alrededor, encima sientan que es su derecho, y las personas a su alrededor lo permitan.
Porque es indignante ver cómo el frutero del barrio sale a fumar a la puerta de su negocio, donde todo su género está expuesto, impregnando frutas y verduras de los desechos de las sustancias cancerígenas que expulsa, propagando el efecto y haciendo que los demás ingiramos un pequeño porcentaje de las mismas. Eso sí, para el frutero es algo normal. No piensa en su muerte, ni en el mal que está haciendo a sus clientes, ni siquiera en que el hecho de que le vean puede ser perjudicial para su negocio, porque sus clientes van a seguir comprándole.
Encima no es raro ver cómo aún en algunos lugares públicos o de trabajo la gente sigue fumando, sin miedo a represalias por ser clientes o tener cierta autoridad.
Incluso en televisión, o en el cine, aunque hemos avanzado mucho de los tiempos en los que se fumaba en los programas de debate, que deberían contar con grandes sistemas de ventilación para conseguir que se vieran los tertulianos en pantalla. Son tiempos, en los que es raro ver una serie (y miro series españolas) en las que no se fume. Puede ser, por adaptarse a la época, y es que si recreamos una serie en los 60 no queda otra; o tal vez lo consideres un recurso artístico, una medición del paso del tiempo, ¿representación de autoridad? Aunque no estoy tan seguro, cuando el que realiza la acción, al final es un adicto. ¿Cuántas veces en cine o televisión tiene realmente sentido?
Hay muchas cosas que cambiar todavía. De la misma manera que es triste ver personas tirándose de balcones de hotel a una piscina. Triste porque a veces la cosa no acaba bien. Y seguro que esas personas no piensan en su posible muerte, y tienen la adrenalina disparada, aunque hay muchas probabilidades de que la cosa acabe mal. Pero parece que la gran parte del público tiene asumido que es una mala práctica. Igual que mirar a un lado y a otro antes de cruzar la calle, incluso cuando hay pasos de cebra, que hay conductores muy locos; son cosas que conocemos, al menos conocemos los riesgos y podemos evaluar si queremos hacerlas o no y, cuando alguien salta desde un balcón o cruza sin mirar lo vemos extraño y nocivo, e intentamos evitarlo en la medida de lo posible. Cuando alguien fuma, está atentando seriamente contra su vida y su integridad física, al mismo tiempo que lo hace contra la de los demás. El hacerlo al aire libre no es excusa, porque el humo tarda un tiempo en diluirse hasta el punto en que deja de ser perceptible y más, hasta el punto en que deja de ser perjudicial. Y, aunque la muerte es el fin, muerte evitable, y no precisamente agradable en muchos, muchísimos casos, no solo la muerte es lo malo, hay enfermedades crónicas incapacitantes que nunca se mencionan que pueden afectar incluso a niños a lo largo de sus vidas, en muchos casos por inconsciencia de sus padres.
Vivimos unos tiempos en que por un lado la esperanza de vida es más larga, pero el humano se esfuerza por reducirla.
Foto principal: Marius Christensen