El día en que me arrebataron el silencio

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Parece algo nimio. Es más, dicen aquellos que han podido experimentar el silencio más absoluto adentrándose furtivamente en la Cámara del Rey de la Gran Pirámide de Giza, o incluso construyendo las cámaras anecoicas más aislantes del mundo, que un ser humano no es capaz de permanecer más de 15 minutos en el más absoluto silencio. Y, aunque físicamente las partículas del aire estén vibrando a una frecuencia audible, la intensidad es casi imperceptible, y nuestra mente, incapaz de soportar dicho silencio, nos engañará, proyectará sonidos en realidad inexistentes, y, en ocasiones, los acompañará de imágenes que aterrorizarán nuestros sentidos.

Aunque un silencio tan absoluto sea insoportable, yo me conformaría con poder levantarme de noche, sin hacer ruido, y no percibir nada. Que, sólo si me concentro, lo único que escuche sean los latidos de mi corazón o la respiración. Pasear por un paraje en soledad y simplemente escuchar el viento, cerrar los ojos y percibir esa sensación de libertad que, en ese justo momento es mía, y nadie puede arrebatarme.

Soy incapaz de recordar el día concreto en que algo tan básico me fue arrebatado. Paulatinamente, con el paso de los días, no me di cuenta de que una parte de mí estaba cambiando. Dejas de valorar el silencio, dejas de sentir que es algo importante en la vida, y poco a poco, sigilosamente el ruido se apodera de tu mundo. Un día, te vas a la cama, cierras los ojos, tu respiración se relaja y sientes cómo tu cuerpo también lo hace, empiezas a pensar en lo sucedido, en las cosas buenas y aquellas que no han sido buenas pero no vas a dejar que arruinen tu día. De repente, tu mente se queda en negro, es el único color que te viene a la cabeza, las luces están apagadas, y te das cuenta de que escuchas a lo lejos un leve tono, agudo y constante.

Otras veces has tenido la sensación de pitido en los oídos, pero éste parece diferente, y en un momento, lo que parecía algo aislado se ha convertido en tu centro de atención. Sabes perfectamente que no es un ruido en la calle, ni un cargador de móvil que está empezando a fallar, ni cualquier otro tipo de aparato electrónico, ya que esos ruidos podrías localizarlos mentalmente. No sabrías concretar en qué punto del espacio se encuentra este pitido, y cada vez lo escuchas más fuerte. Y llega el punto en que tu mente, ya activa, empieza a activar a tu cuerpo y esa noche, tu merecido descanso se vuelve un calvario.

Finalmente logras dormir, de puro cansando, o aburrimiento, o tal vez las dos cosas, y nada más levantar, lo primero que haces es intentar escuchar ese pitido de anoche y comprobar que ha cesado su fijación por ti, aunque sin éxito. Has descansado poco y allá donde vas, hagas lo que hagas, alguien se ha propuesto acompañarte.

Pasan las semanas, y empiezas a tener asumido que es un leal camarada que, tal vez te defienda de volverte loco si visitas una cámara anecoica pero que día a día cercena un poco más mi cordura. Cuando llega la noche te resistes a dormir porque en esos momentos todo se escucha mucho más fuerte. Aunque, curiosamente, cuando finalmente te adentras en el mundo onírico desaparece. El único momento del día en que gozas de verdadero silencio y te encuentras una vieja amistad que hace mucho que no ves, y lo primero que haces es hablarle de ese ruido que no puedes dejar de escuchar y, mientras lo cuentas, te esfuerzas por escucharlo, fútil intento. De repente, despiertas, y no tienes que prestar especial atención a tu inseparable, ahí continúa, sin variación, el mismo tono un día tras otro.

Ya que el causante de la desdicha no decide marcharse, decides, al menos, conocer un poco más sobre su existencia y, compruebas que por lo demás, sigues escuchando perfectamente, es incluso puedes distinguir el ruido de ese cargador estropeado, e incluso te pueden pitar los oídos y distingues cuál de los dos es tu amigo y cuál es sólo un simple invitado. Descubres que no eres el único, estos acúfenos que sufres pueden ser altos, bajos, delgados o regordetes, pueden ser blancos, azules o rosas. Y, precisamente el tuyo, no lo produce ninguna parte de tu oído. Ningún huesecillo se ha vuelto loco, ni el tímpano se ha quedado en bucle infinito, simplemente es un cable suelto dando chispazos dentro de tu cerebro que, tal vez un día deje de darlos, o tal vez no. Que no tiene cura, e incluso si, en algún momento de desesperación clavo algún objeto puntiagudo en el oído para así dejar de escuchar cualquier cosa, ese sonido seguiría presente.

Sólo queda asumir que, a pesar de no haberlo elegido, él me ha elegido a mí, ha elegido seguirme y permanecer a mi lado, y ser parte de mi intimidad, hacer mis noches interminables y temer por el momento en que decida acompañarme en mis sueños. Pero, al menos tengo que agradecer, que día a día, me recuerda que estoy vivo, me recuerda mis objetivos, y, a su modo, no deja de decirme:

“No te rindas, ¡ sigue adelante!”.

Foto principal: Benjamin Pley

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4 Responses

  1. Ronald Pardo dice:

    muy buen mensaje, pero francamente lo peor que puedes hacer es pensar o asumir que nunca se ira ya que así no te enfocaras en lo que lo produce ademas la gran mayoría de los casos tiene un final feliz aunque cueste tiempo te aseguro que asi sera si te lo propones.

    • blakeyed dice:

      Pero en principio no hay una cura inmediata. Si no es producido por una infección pillada a tiempo o es un acúfeno temporal, sí que lo puedes pillar a tiempo. De otro modo, estos pitidos vienen y van generalmente.
      Hay mucha gente que lleva casi toda su vida escuchándolos, y al final en lo que coinciden todos es en las terapias de habituación, vamos acostumbrarse y no prestarle mucha atención. Aunque, como todo hay momentos en los que llega a desesperar.
      Existen audífonos que emiten ruido que compensa el de tu pitido, otros emiten ruido blanco para no escucharlo, hay complementos alimenticios porque ciertas vitaminas o ciertas hormonas han demostrado que pueden aliviar los síntomas en muchos casos. Pero claro, no siempre.

  2. Alberto Sánchez dice:

    Buenas tardes:

    Me alivia la opinión de Ronald Pardo, muchas gracias porque me abre una puerta a la esperanza. Yo llevo más de tres años con el acúfeno y, aunque varía la intensidad, de momento no se ha ido desde entonces. Me gustaría preguntarte por favor si sabes dónde o cómo puedo comenzar a probar terapias del tipo que sea para eliminarlo. Tengo esperanza en que igual que vino se podrá ir, y paciencia para experimentar; solo que no sé si es cuestión de nervios, si es derivado de una ligera pérdida de audición (esto es a juicio del otorrino), de un barotraumatismo que tuve buceando siete años antes de que me empezara a ocurrir, o de razones ocultas debido al modo de vida, no sé.
    Si lees esto o alguien que pueda orientarme lo lee, agradecería mucho un correo electrónico al respecto.
    Un saludo cordial.
    Alberto

  1. 30 enero, 2016

    […] El día que me arrebataron el silencio: Algo de autobombo. En un blog que tengo medio abandonado, pero que a veces escribo algo… alguna de mis historias, que en total se ha compartido unas 65 por Facebook, y me ha hecho ilusión. [Ayúdame]. […]

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