Un día normal en el 2040

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Abril. Año 2040

Tras dejar la que fue mi casa durante más de 20 años empecé a caminar sin rumbo fijo. Por un lado, necesitaba abandonar esta ciudad, pero realmente deseaba seguir avanzando mi proyecto. Nada me ataba a este lugar, y era un buen momento para empezar una nueva vida, sin importar donde sea. Llevaba mucho tiempo sin salir de casa, me costaba caminar, y ¡hasta respirar! Y los recuerdos de los años que viví en aquel lugar, junto con la sensación de haber perdido una buena vida, no ayudan.

Este fragmento pertenece a una de esas historias que entran en mi cabeza un momento y necesitan ser plasmadas para salir de ella. Estoy repartiéndola en varios posts de este blog porque me ha salido demasiado larga. Los capítulos no están por orden cronológico. Por ahora puedes leer:

  1. Un Universo creado de la nada
  2. Cómo su vida se desvaneció en mis manos

Me dirigí a la estación de autobuses, un lugar que evoca recuerdos de mi niñez. Recuerdo cuando venía con mis padres e íbamos de excursión a “perdernos” por España. En aquella época, los autobuses eran diésel, en las estaciones había un olor característico a combustible que enmascaraba el olor a sudor de muchos viajeros. Aunque no echo de menos el olor, sí el sonido de los motores, era un sonido más grave y fuerte. Ya no quedan autocares de esos. En pocos años, las empresas se han visto obligadas a renovar la flota. Aunque hubo muchas protestas tanto por parte del sector como por parte de los usuarios, al subirles los precios del billete; al final, este tipo de vehículos eléctricos de quinta generación no hace falta recargarlos como los coches, gracias a la incorporación de generadores de alta eficiencia y baterías de magnesio; sumado a que casi no necesitan mantenimiento, en pocos meses terminaron amortizando la inversión.

Cogí un autobús hacia Madrid. y, a pesar del año en el que estamos, estos autobuses siguen tardando tanto como a principio de siglo. En ese momento lo agradecí, necesitaba sentarme junto a la ventanilla y ver pasar el paisaje. Dejar mi mente en blanco e intentar tranquilizarme. Cuando te montas en un transporte público, lo que más te llama la atención es que no paras de ver coches autónomos que te adelantan. Esos vehículos tienen un límite de velocidad menos estricto. Mientras tanto, el paisaje es muy monótono, pero en cierto modo, relajante.

El autocar se aproxima a Madrid. No me gusta esta ciudad, la nube de contaminación es impresionante y constante durante todo el año, incluso en los pueblos de alrededor. Se hace muy difícil caminar por sus calles. Parece mentira que, quince años atrás, más de la mitad de la población tuviera un coche eléctrico. Pero, como viene sucediendo en este país, cuando tras unas elecciones cambia el Gobierno, el nuevo partido echa por tierra todo lo que puede de la anterior legislatura. Y el medio ambiente no es algo que preocupe especialmente a la población, sobre todo cuando todo va bien. Madrid fue una de las principales ciudades europeas en ese sentido. Pero, una graciosa coincidencia del destino, o más bien, la amistad del alcalde con un poderoso empresario, hizo que el ayuntamiento renovara el contrato con la empresa de limpieza de aire. Años atrás, en 2025, esta empresa fue la encargada de colocar miles de filtros de aire activos por toda la ciudad. Fue una buena inversión, aunque un mal momento por todo lo que ocurrió posteriormente. La renovación de los filtros de aire ya no era necesaria porque con el paso del tiempo el aire de la ciudad estaba muy limpio, y las emisiones tóxicas a la atmósfera estaban en mínimos históricos. Así que para justificar esta inversión, se inventaron un impuesto sobre los cargadores para coches eléctricos y eso creó gran descontento en los madrileños. Si tenías un coche eléctrico, podías elegir si enchufarlo o no en un cargador como los que hay en muchas de las farolas de la ciudad. Aunque algunas calles contaban con cargadores inalámbricos, bajo el asfalto. Estos sistemas detectaban que tenías un coche eléctrico y que habías pasado por ahí, incluso te habían cargado un poco la batería, por lo que, aunque decidieras cargar tu coche en casa, terminabas pagando ese impuesto. Es inevitable no pasar casi todos los días por una de esas calles, incluso introduciendo la información sobre las calles por las que no puedes pasar en el GPS. Así que la mayoría de la gente optó por volver al gasoil. Por otro lado, la empresa que renovó los limpiadores de aire, al no prever esta vuelta al petróleo, escatimó en la fabricación de los nuevos dispositivos, ya que muchos de los componentes que utilizan escasean en el planeta y son muy caros. Al final, el hongo de contaminación de Madrid batió récords y ha provocado que veamos a muchas personas por la calle caminando con mascarillas. No es raro ver a personas con mascarillas antigás, o incluso con pequeños limpiadores de aire portátiles incorporados. A pesar de eso, sigue siendo la ciudad donde mejores oportunidades de trabajo podemos encontrar.

Nada más llegar a la ciudad deambulé por la calle Méndez Álvaro, hasta que empecé a sentir un ligero dolor de cabeza, supongo que por la cantidad de CO2 del aire. ¡No llevo ni una hora aquí, y la ciudad ya me ha vencido! Así que empecé a buscar un restaurante que contara con regeneradores de aire. Estos sitios suelen ser exclusivos y algo caros. Sobre todo enfocados para gente de negocios, y gente moderna que busca lugares exclusivos. La comida no es tampoco deliciosa, no suelen tener mucha variedad, pero las raciones tienen todos los nutrientes de tu cuerpo necesita y terminas con sensación de saciedad.

Exhausto, he encontrado un buen sitio para comer. La fachada es grande, me recuerda a un pequeño panteón con las columnas negras y justo detrás enormes cristaleras. Entro y pido una mesa y un vaso de agua. El camarero me acompaña a la mesa y, mientras tanto, un brazo robótico baja del techo para llevarse mi maleta a la consigna. El restaurante tiene una temática italiana. Cuando me senté ya tenía listo el vaso de agua y aproveché para tomar un analgésico mientras me traían la comida.

Accidentalmente, en televisión, vi una noticia sobre un pueblo de Toledo, llamado Carranque. El nombre me resulta familiar, se llama igual que un barrio de Málaga. El pueblo era noticia porque una importante empresa alemana de Internet había decidido instalar un centro de datos allí. Seguramente porque es más o menos barato y habrán recibido alguna ayuda a cambio de llevar más gente y servicios al pueblo. Los ministros que aparecían para echarse la foto junto al nuevo CEO de la empresa se mostraban orgullosos dándole la mano. Desde donde estoy sentado no puedo ver su cara claramente, pero me resulta familiar. El pueblo me pareció un lugar tranquilo y, visto desde arriba, al principio del reportaje, me recordó un poco a Barcelona, solo que en pequeño. Tiene calles muy cuadriculadas y viviendas alineadas, zonas que prácticamente parecen diseñadas por un matemático. Y creo que fue el momento en que decidí mudarme allí, para poner un poco de orden en mi vida.

Mientras me tomaba aquella comida algo insípida, quise buscar más información sobre la empresa alemana en mi móvil. Hoy en día, estos dispositivos valen para todo, excepto para llamar por teléfono que, como ya sabéis, lo tenemos incorporado. Este móvil es de los primeros sin pantalla. Es como un bolígrafo que podemos poner sobre la mesa o atar a un dedo, de ahí podemos interactuar con una pantalla holográfica. El sistema aún es joven y tiene algunos fallos. A veces, no es muy cómodo de manejar y, en entornos de mucha luminosidad no se ve bien la imagen. Descubro que el CEO de la empresa es Walter Modrick y una pequeña sonrisa se esboza en mi rostro. Aunque quería hacer una desconexión total de mi vida anterior, parece que no va a ser posible. Estoy a tiempo de cambiar de opinión y elegir cualquier otra ciudad para establecerme, pero no me disgustará ver a Walter allí.

Cuando termino de comer, me dispongo a salir del local y me detengo un momento en la puerta para recoger de nuevo mi maleta. Al mismo tiempo, este tipo de sitios aprovechan para cobrar la cuenta con la clave ocular. Me fascina cómo son capaces de ocultar las cámaras y cómo han evolucionado en los últimos diez años. Desde el momento en el que entras al local, un sistema automático te reconoce y sabe dónde te sientas, si vas solo o acompañado y, por supuesto, sabe lo que pides para comer. A la hora de salir, da igual que tengas gafas de sol, es más, casi siempre puedes abandonar un local sin detenerte un instante y ya habrás pagado la cuenta sin enterarte. En caso de no tener dinero en tu cuenta, tener los ojos cerrados, todo el tiempo, o cualquier impedimento para el escáner ocular, las puertas se quedarán bloqueadas, ofreciéndote un método de pago alternativo. Incluso si quieres ser tú el que pague la cuenta de toda la mesa, puedes avisar al camarero, utilizar tu móvil para indicar que vas a pagar o, también, indicarlo a la salida. Recuerdo que al principio de utilizar esta tecnología, muchas personas salían de los locales moviendo la cabeza enérgicamente, esperando que al salir el sistema no les hubiera detectado, ¡qué ilusos!

Creo que me toca algo más de autobús hacia Carranque. Cuando llegue estará anocheciendo. Me quedaré en un hotel esta noche y mañana empezaré a buscar casa allí. Estoy impaciente por empezar mi nueva vida. Tengo muchas ganas de continuar mi proyecto, estoy cerca de conseguir algo grande. ¡Voy a ver el big bang desde la primera fila!

¿Continuar leyendo?

Para seguir la historia, mira el siguiente capítulo Miedos irracionales y universos paralelos (primera parte). Espero que te guste.

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Foto principal: unsplash-logoMichael Browning

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