El chip subdérmico
Tenía los documentos descargados en mi reloj de pulsera. Esos documentos que cada vez me intrigaban más. De hecho, cuando alguien insiste tanto en que firme algo, ya sea en papel o electrónicamente todos mis sistemas pasan a un estado de alerta. Pocas veces he firmado algo sin indagar un poco más y me han jugado malas pasadas. Así que, seré cauto.
Este fragmento pertenece a una de esas historias que entran en mi cabeza un momento y necesitan ser plasmadas para salir de ella. Estoy repartiéndola en varios posts de este blog porque me ha salido demasiado larga. Los capítulos no están por orden cronológico. Por ahora puedes leer:
Tenía pensado ir a la cafetería del hospital y leer los documentos mientras tomo algo. Pero antes, quería despedirme de mi hija, al menos por este rato. Entré muy suavemente a la habitación, intentando hacer el mínimo ruido posible. Saludé en silencio de nuevo a la enfermera, que estaba sentada en su mesa, concentrada y mirando su tablet. Me dirijo caminando hacia la cuna de Amaranta y suavemente me doy un beso en los dedos índice y corazón de mi mano, luego me inclino hacia ella y toco su carita con esos dos dedos. Ella hace una ligera mueca y yo me quedo observándola. Pasado un minuto más o menos, me dispongo a salir de la sala cuando la enfermera me pregunta:
– Pronto os la podréis llevar. ¿Le han puesto ya el chip? – Me pregunta muy amablemente.
– ¿Qué chip? – Por un lado mi cara mostraba extrañeza, por otro lado, estaba asustado.
– Por ley, todos los bebés nacidos desde primero de mes, deben llevar un chip subdérmico. Pero no se preocupe, ella no se va a enterar, y es totalmente inocuo. – La escuché detenidamente y me sonó como un sintetizador de voz de principios de siglo. – Con su firma, usted ha dado el consentimiento para el implante. –
– Aún no he firmado nada. Primero quiero examinar los documentos – Creo que mi decisión para no firmar ya estaba tomada.
Abandono la sala, aunque resultara un poco brusco y voy a la habitación donde está Esther. Está con su hermana, y no me apetece pararme, así que le digo desde la puerta que voy a leer los documentos y que volveré en un rato.
Antes de ir a la cafetería paso por la recepción del hospital. No he traído mi móvil y en el reloj es tremendamente incómodo leer un documento. Así que pido una tablet para mi estancia en el hospital. Están reservadas para pacientes y familiares directos de pacientes. Me identifico con la pulsera y me facilitan una tablet. No paro de pensar en lo que me dijo la enfermera, pero quiero esperar a ver el archivo que me ha pasado el doctor Herrero. Mientras mi cabeza especula sobre ese chip, me dirijo a la cafetería, pido un café con dos azucarillos y me siento en una mesa. Configuro mi identidad en la tablet y vuelco los archivos de mi reloj y me dispongo a leer el documento antes de firmarlo.
En dicho documento se mencionan los tratamientos recibidos para facilitar el parto, las pruebas diagnósticas realizadas a la niña nada más nacer, que he sido informado de todo y doy mi consentimiento para realizar una intervención de emergencia. No viene nada de ningún chip. Espera, hay algo llamado procedimiento 307 obligatorio desde el día 1 de marzo de 2032. ¿Qué será el procedimiento trescientos siete? Busco en Internet más información sobre dicho procedimiento, aunque hay varias cosas con ese número y ninguna de las que estoy viendo parece coincidir con lo que busco. No me he dado cuenta de cuándo me trajeron el café a la mesa, pero el café ya estaba allí cuando levanté la mirada un momento. Echo los dos sobrecitos de azúcar y remuevo con energía. Mientras llamo a David por teléfono. Curiosamente, él sigue en el atasco y tiene la voz muy frustrada. Yo le hablo con toda la ilusión del mundo de mi hija, de Esther, y le dejo caer que Casandra está por aquí, es curiosa la historia entre ellos dos, hubo un tiempo en el que todos pensamos que iban a terminar juntos hasta que, de un día para otro empezaron a mostrarse más fríos el uno con el otro y no han vuelto a comentar nada. Y, aunque le he preguntado alguna vez a David sobre eso, no ha soltado prenda. Doy un sorbo a mi café, y le pregunto:
– Oye, ¿tú conoces el procedimiento 307 con los recién nacidos? –
– No, pero Amy está bien, ¿no? – Me responde. Él siempre ha buscado diminutivos para todos los nombres. Pero éste, pronunciado en inglés, no sonaba mal, me gusta.
– ¿Puede tener que ver con un chip subdérmico? – Completé un poco la información.
– Ni idea. ¿Pero es por Amy? – Me pregunta de nuevo – Si quieres puedo hacer unas llamadas…
– Sí, por favor. Es por ella, quieren que firme unos documentos y están muy insistentes. – Le interrumpí un poco, pero he de reconocer que me estoy poniendo algo nervioso con el tema.
– Me pongo con ello, creo que en unos minutos llegaré al hospital. Parece que el tráfico está avanzando un poco –
Cuelgo el teléfono, y sigo mirando información en la tablet. Sin esperármelo, alguien toca mi hombro:
– Disculpe señor – Me sobresalto un poco al no esperármelo, pero me doy la vuelta intentando que nadie note el pequeño susto que me he llevado.
– Sí –
– Soy el doctor Fernández, no he podido evitar escuchar que busca información sobre el procedimiento 307 – Me indica de manera educada.
– Cierto, no encuentro información sobre ello – Le contesto.
– Tiene que ver con un chip subdérmico que deben llevar todos los bebés nacidos a partir de este mes. No hay mucha información, pero la intervención es totalmente segura y no hay problema para el bebé. – Me explica.
– ¿Y para qué vale? – Pregunto.
– El chip tiene varios usos. Uno de ellos es la identificación personal, con la que, si se pierde en el súper, podrás localizarlo en cuestión de segundos. Además, sus médicos podrán almacenar su historia clínica, grupo sanguíneo, RH, incluso información genética, o, por ejemplo, consultar sus constantes o incluso ver el resultado de varios tipos de pruebas directamente desde su ordenador. – Me cuenta dando la sensación de que se había estudiado el manual al dedillo.
– Temo que el chip pueda dañar a mi hija, ya sea en su implantación, o que alguien sin permiso pueda acceder a su información – Le confieso.
– No tenga miedo. El chip es muy pequeño y la intervención es muy rápida y no se va a enterar. Su hija no corre ningún peligro. Y la comunicación con el equipo médico es muy segura. – Indica, mientras sigue pareciendo un manual andante. – Mire, existen muchos avances tecnológicos hoy en día aplicables a la medicina, ¿por qué no utilizarlos? –
– Sencillamente porque todo sistema termina siendo vulnerable, y porque no conozco… – Le insinúo, aunque me interrumpe.
– No tema al progreso. Es normal, la gente al principio era reticente a los rayos X, a las ecografías, a las vacunas… Desde hace décadas hay personas con implantes avanzados como marcapasos, implantes cocleares, o estimuladores cerebrales para pacientes de Parkinson que han hecho que los pacientes tengan una vida normal. Son cien por cien biocompatibles y seguros – Prosigue.
– Pero… – Intento replicar.
– Por favor, señor, hágale un favor a su hija y firme el consentimiento. Le aseguro que mejorará su calidad de vida, y será una pionera. – Me interrumpe, y me dice con una sonrisa forzada. Veo que no tiene más ganas de charlar, me da una palmada en la espalda, se da media vuelta y se marcha.
– ¿Sabe la empresa fabricante? ¿O el modelo que implantan en este hospital? – Pregunto en voz un poco más alta para ver si me escucha.
– ¡Confíe en el progreso! – Exclamó mientras levantaba la mano, sin detenerse.
Este doctor no me ha dejado hablar demasiado, me ha aclarado algunas cosas y ahora tengo muchas más preguntas. Es cierto que vivimos en un mundo tecnológico, en los últimos 15 años hemos vivido una revolución tecnológica sin igual. Pero también es cierto que los aparatos electrónicos, cada vez más inteligentes, no suelen durar mucho en el tiempo. Si buscas en casa, seguro que tenemos tablets o teléfonos móviles viejos que no funcionan porque no pueden recibir una actualización del sistema operativo y el proveedor decide no conectarlos a la red; frigoríficos inteligentes que han perdido la inteligencia porque el fabricante ha dejado de existir y no se pueden conectar al servidor central; básculas, monitores de actividad, estaciones meteorológicas que necesitan de una aplicación móvil para funcionar y dicha aplicación ha desaparecido… es extraño encontrar un producto tecnológico de los llamados inteligentes que haya durado más de 15 años, y estamos hablando de la vida de una persona, que se estima superior a 100 años. ¿La empresa fabricante se compromete a mantener los chips para siempre? Y lo más importante aún, ¿por qué no han mencionado nada de esto en las noticias?
Subo a la habitación a hablar con Esther, tengo que hablarle de esto. Cuando subo a la habitación encuentro a David, que ha traído un pequeño osito de peluche de color azul, y a Casandra. Yo me acerco a ellos y les cuento mis averiguaciones. Esther al principio se preocupa un poco, porque ella ya dio su consentimiento, pero Casandra se queja:
– Por favor, Héctor, firma ya, y nos podremos ir a casa – Lo dice con mucha desgana y enfado.
– Si cariño, seguro que todos los niños lo llevan y a ninguno le ha pasado nada – Dice Esther cambiando de opinión.
– El problema es qué pueda pasar en el futuro. Todas las tecnologías son vulnerables y además tienen una vida muy corta – Les explico.
– Conozco el caso de un vecino que lleva treinta años con un desfibrilador implantado y aquí sigue – Dice Casandra rápidamente mirando a su hermana, mientras ella asiente.
– Seguro que lo ha tenido que cambiar alguna vez. Además, todos los años veo algún caso de fallos graves en ese tipo de aparatos, incluso personas que han muerto por su manipulación. – Intento decirlo tranquilamente, siento que el mundo no puede ver la amenaza que yo sí veo.
– Pero a Amy no le va a pasar eso – Dice Casandra, justo antes de que terminara de hablar, mirando a David. Él la mira y sonríe por un momento, pero inmediatamente mira para otro lado. – Además, tú eres informático, yo creía que esas cosas te gustaban… –
– Mira Casy, si tienes una enfermedad y necesitas un implante, vale; si eres mayor de edad y eliges implantarte un chip para aumentar tus sentidos, para no tener que teclear contraseñas, para sentir el electromagnetismo o para aumentar tu rendimiento intelectual, ¡eres libre! Y si en el futuro mi hija quiere ponerse un chip en el cerebro para volcar sus conocimientos en un ordenador, le explicaré los riesgos e intentaremos analizar la tecnología juntos, pero será una persona libre de elegirlo. Este chip, no lo ha elegido ella, y yo, como su padre, y como experto en dispositivos informáticos, no voy a permitir que se lo implanten. – Me he puesto algo nervioso al final, pero he intentado que mi mensaje quede claro. Este tema empieza a superarme, aunque, por mi parte, la decisión está tomada. En el fondo sé que Esther tampoco quiere.
– Siempre pensando en las conspiraciones, ¿tú crees…? – Intenta replicar Casandra.
En ese momento llega el dortor Herrero:
– Señor Damasco, ¿ha tomado ya una decisión? –
– Sí – Contesto con seguridad.
– Por favor, firme los documentos – Me dice sacando el lector de huellas de su bolsillo.
– He decidido no hacerlo. No estoy seguro con el procedimiento 307 –
– Doctor, ¡este hombre no está en pleno uso de sus facultades mentales! – Dice Casandra de fondo, aunque Esther la manda callar inmediatamente.
– Señor, no tiene que preocuparse, la intervención es muy rápida e inocua. – Me dice mientras me mira decepcionado.
– No es eso lo que me preocupa. No tengo información sobre el chip, desconozco el fabricante, el modelo, las características que tiene y los posibles puntos de vulnerabilidad. – Le insisto.
– Señor Damasco, no puedo facilitarle esa información. Pero puedo decirle que nadie va a hackear a su bebé, de eso estamos seguros – Insiste él, levantando un poco el lector de huellas.
– Pero, al menos conocer quién ha diseñado el implante, necesito más información. – Le explico.
– Su hija está en las mejores manos, y aquí no les daremos ningún tratamiento que sea nocivo para su calidad de vida – Prosigue el médico.
– Lo siento, doctor Herrero, me gustaría que les diera el alta, y poder llevarnos a casa a la niña – Le digo mirándole a los ojos.
– Señor Damasco, es imposible, no se podrán marchar hasta que la niña no tenga el implante, y necesitamos su consentimiento para la intervención. – Explica negando con la cabeza.
– No puede ser posible… – Digo indignado.
– Lo es. Según la ley que entró en vigor hace unas semanas, todos los nacidos a partir de este mes deben llevar el implante –
– ¿Me puede dar unos minutos más? – Le digo con tono abatido.
– Por supuesto, estaré por aquí – Dice mientras se marcha de la habitación. Aunque se nota, por su voz, que ya está un poco harto de mí.
En ese momento, miro a Esther, con la mirada me dice que firme, y nos quitemos de problemas, pero no puedo renunciar a mis principios. No puedo dejar que el sistema gane esta batalla. Es más, es realmente sospechoso el hermetismo para hablar del chip, chip que aún desconozco. Miro a David y le indico que salgamos de la habitación. Él me sigue, aunque tarda un momento. Una vez está fuera de la habitación, le pregunto si ha averiguado algo y él me comenta que un compañero de facultad trabaja en la misma empresa que fabrica el implante, aunque no pueden desvelar por ahora el nombre de la empresa, ni las especificaciones del dispositivo. Pero han estado probando el modelo actual durante los últimos diez años con éxito. En cierto modo es tranquilizador, pero la verdadera prueba a gran escala empieza ahora. Puede que suene a locura, pero me voy a llevar a mi bebé del hospital. Le he contado mi plan a David y ahora toca tener a Esther al corriente, porque no creo que Casandra esté de acuerdo.
David se acerca a la sala de neonatos, deja un bolígrafo en el suelo, cerca de la puerta y empieza a llamar impaciente hasta que abre la enfermera:
– ¿Qué ocurre? – Dice la enfermera alterada
– Mi sobrina se ha caído y está sangrando mucho – Dice desesperado, mientras con el pie consigue dejar el bolígrafo justo en la trayectoria de la puerta para evitar así que ésta se cierre y se bloquee.
Ambos salen corriendo hacia la habitación 512, situada en un pasillo perpendicular y que no se veía desde ahí. La enfermera llamará con su comunicador a un compañero para sustituirle en la sala. Aprovechando que la puerta no se ha bloqueado, me cuelo en la sala, cojo a Amaranta y salgo de la habitación con ella en brazos. No paro de pensar en que me van a coger, pero he de hacer esto por el bien de mi hija. Doy una patada al bolígrafo y me dirijo al ascensor que, afortunadamente está a unos veinte pasos de esta sala. Escucho cómo la puerta de la sala de neonatos se cierra y se bloquea. No quiero correr para no llamar la atención, así que voy con mi hija apoyada en mi pecho, muy despacio, para no despertarla. Pulso el botón del ascensor y la espera se me hace eterna, me gustaría mirar por dónde va la enfermera, para ver el tiempo que tengo, pero no puedo dejar que me vea con la niña, aunque tampoco dejo de mirar para los lados por si veo al doctor Herrero. Lo mejor es salir por la puerta principal, tranquilamente, fingiendo que todo va bien y soy una persona normal, saliendo del hospital. Cuando llega el ascensor, montamos en él, hay tres personas más, pulso el botón de planta baja. Es la primera vez que tengo a mi hija tan cerca, y es una sensación irrepetible, y otro motivo más para no dejar que le pongan el implante, no puedo dejar que nada malo le pase.
Llego a la planta baja, y miro hacia la puerta de salida. También miro hacia el personal de seguridad, que está más o menos lejos de la puerta. Así que solo tengo que avanzar unos cuántos pasos más con ella en brazos. Con un poco de suerte, cuando el personal regrese a la sala de neonatos, no se darán cuenta hasta dentro de un rato y ya habré salido de aquí. Sigo avanzando sujetando la cabecita, esperando que mi hija no se despierte con los latidos acelerados de mi corazón. Intento dejar de mirar para todas partes para no parecer sospechoso. Sólo me quedan diez pasos para salir. Una vez fuera, Esther y Casandra deben estar a punto de bajar por otro ascensor, de hecho, puedo ver el ascensor desde aquí, y está bajando ya. Estoy justo delante de las puertas automáticas, y éstas se abren delante de mí, cuando alguien apoya su mano en mi hombro. Yo replico: “Lo siento, llevo prisa” e intento avanzar, pero esa otra persona ejerce oposición y no puedo avanzar, al menos, no puedo hacerlo sin hacer daño a Amaranta. Así que me detengo y me giro, son dos vigilantes de seguridad. El mundo se me ha venido encima.
Me retienen junto a la puerta unos minutos. Veo cómo Esther y Casandra se han quedado junto al ascensor presenciando la escena. Más tarde baja David y veo aparecer al doctor Herrero por un pasillo. Aunque Esther coge del brazo a su hermana, ésta consigue zafarse y viene hacia mí. El doctor me explica que van a presentar cargos por secuestro mientras me quita a mi hija de los brazos. Los guardas de seguridad me agarran algo más fuertemente. Y que, inmediatamente dé mi consentimiento para la intervención de Amaranta. Yo intento moverme pero es inútil, me resisto e intento explicarle de nuevo mis razones. Intento explicar que es un dispositivo desconocido, posiblemente vulnerable, que tal vez tenga una puerta trasera. Estos dispositivos son un atentado contra la privacidad. Pero nadie escucha mis palabras. Veo desde aquí cómo Esther comienza a llorar. Los vigilantes de seguridad utilizan la fuerza para someterme y arrodillarme. El doctor sujeta el lector de huellas con su mano derecha. En ese momento, Casandra se acerca a mí, agarra mi mano derecha y deposita mi dedo pulgar sobre el lector de huellas. Acabo de firmar la sentencia de muerte de mi hija.
¿Continuar leyendo?
Para seguir la historia, mira el siguiente capítulo: Bucarest – Ginebra – Madrid – Sevilla. Espero que te guste.
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Foto principal: Alan9187