Reflexiones desde el calabozo
Mi hija ha nacido hace unas horas y contra todo pronóstico, uno de los días más felices de mi vida, se ha convertido en mi primer día en la cárcel. Me encuentro con el uniforme de presidiario, sin reloj y sin comunicador en el trago. Me siento desnudo y vulnerable. Hace mucho frío y es una habitación con rejas de apenas dos metros cuadrados. Sé que no voy a poder dormir.
Este fragmento pertenece a una de esas historias que entran en mi cabeza un momento y necesitan ser plasmadas para salir de ella. Estoy repartiéndola en varios posts de este blog porque me ha salido demasiado larga. Los capítulos no están por orden cronológico. Por ahora puedes leer:
- Un Universo creado de la nada
- Cómo su vida se desvaneció en mis manos
- Un día normal en el 2040
- Miedos irracionales y universos paralelos (primera parte)
- Miedos irracionales y universos paralelos (segunda parte)
- Automóviles eléctricos y un empresario de mal genio
- Imperecedero
- El chip subdérmico
- Bucarest – Ginebra – Madrid – Sevilla
- Oopart
Hay una pequeña cama, estrecha y algo baja con una almohada y un colchón muy fino. Tengo dos luces led sobre mi cabeza, empotradas en el techo. La luz es tenue, puedo mirar directamente a ella sin que duelan los ojos. Las paredes son blancas, parece que las pintaron hace bastante tiempo, ya están algo manchadas. Si te fijas, hay un insecto muerto aplastado en una esquina y algunas marcas de calzado cerca del suelo. Las cerraduras son electrónicas y hay una pequeña cámara en una esquina de la habitación para tenerme vigilado todo el tiempo. Se escuchan algunas voces de fondo, junto con un ruido de motor, supongo que del sistema de ventilación. Cada minuto más o menos, veo un fino destello de luz roja junto a la puerta de mi celda. Es un indicador que refleja que los sistemas de seguridad están correctos.
Este tipo de calabozos, aunque no parecen muy tecnológicos, en realidad tienen sistemas de detección de movimiento avanzados. Hay cientos de cámaras vigilando constantemente y un sistema informático determina qué información es importante. Reconoce objetos, personas y posibles patrones de comportamiento, llegando a calcular las probabilidades de disturbio o suicidio de los presos. Aunque hoy no hablaré de todo esto, tengo otras cosas en mi cabeza. Me tumbo en la cama, es algo blanda y, al principio me duele un poco la espalda, tal vez por la tarde tan movida que he tenido y el estrés acumulado. Espero que no tarde mucho en acomodarme.
Después de todo lo sucedido en el hospital no había conseguido nada, aquel chip con el que me he atormentado esta tarde está dentro de mi hija y ya es irremediable. ¿Habrá sido todo fruto de mis obsesiones y en realidad no hay ningún peligro? ¿A pesar de mi trabajo y conocimientos sigo siendo reacio al progreso? Desde el principio de los tiempos, todos hemos vivido sin chip subdérmico y la vida no nos ha ido tan mal. Es cierto que con el paso de los años, los humanos hemos ido desarrollando ciertos tipos de implantes para corregir defectos en el cuerpo o para paliar algunas enfermedades, pero no han sido implantes destinados al control y la monitorización, utilizando sistemas inteligentes.
Las tecnologías de implantes han ido evolucionando en los últimos años, la capacidad de miniaturización es muy alta, existen dispositivos muy complejos en apenas un centímetro cuadrado, con una razón entre capacidad de cálculo y consumo energético impensable hace unos diez años. Estos dispositivos pueden extraer energía del calor generado por el cuerpo. Todo esto les permite vivir mucho tiempo sin asistencia. Siempre pueden fallar, pero gracias a lo pequeños que son, se pueden implantar dos o tres chips iguales que respalden el funcionamiento del que se estropea. Aún es temprano para decirlo, no hay estudios sobre la biocompatibilidad de estos materiales a largo plazo, ni de cómo afectarán los implantes al desarrollo. Es más, cuando se generalizó la utilización de los desfibriladores automáticos implantables, unos dispositivos utilizados a principios de siglo para estimular eléctricamente el corazón de pacientes con enfermedades cardíacas, se observó la aparición de trastornos mentales en muchos pacientes y se tardó mucho tiempo en descubrir si los trastornos psicológicos venían derivados del implante o de su enfermedad cardíaca. La respuesta, como siempre, no fue fácil, aunque ciertos materiales utilizados en los primeros implantes podían agravar los síntomas. Ahora estamos hablando de niños, y de una tecnología con pocos años de vida.
Por otro lado, se ha demostrado que todos los aparatos inteligentes terminan siendo vulnerables. Hace diez años, una famosa reportera de noticias se suicidó cuando salieron a la luz algunos documentos de su pasado debido a una venganza personal de su ex pareja, empleado del fabricante de teléfonos móviles Ritma. Gracias a su tecnología cerrada, todos los usuarios de la compañía pudieron ser espiados durante años, y datos de cientos de millones de personas están repartidos en la nube. Incluso hoy en día, mucha gente sigue teniendo terminales de esa marca, ilusos, pensando que como la marca ha desaparecido, ya no están siendo monitorizados. Y eso no es todo, durante años escuchamos noticias sobre coches inteligentes que han podido ser robados o controlados remotamente, rifles que han podido ser disparados o cambiar sus objetivos remotamente, incluso prótesis de piernas que han dejado de funcionar o no han hecho caso de las órdenes enviadas por su dueño, gracias a que alguien con un teléfono móvil las podía controlar a voluntad, o incluso un brazo robótico que casi provoca el “suicidio” de un ex-piloto de carreras que perdió su extremidad en un accidente. Incluso el movimiento transhumanista ha sufrido las consecuencias, aumentar las capacidades físicas o mentales ha podido causar varios trastornos mentales, algunos por diseño de los propios implantes, y otros por personas que han podido aprovechar fallos en estas tecnologías. Todos estos sistemas tenían algo en común, eran sistemas hiperconectados, cuando a veces no es necesario que estén conectados a ninguna red, y eran sistemas cerrados, alguien encontró una vulnerabilidad, la explotó y todo se mantiene en el más alto secreto empresarial. No nos estamos limitando al funcionamiento de una válvula, o una electroestimulación, que son sistemas que se pueden investigar, y varias empresas pueden conocer. Estamos hablando de cientos de miles de líneas de código que sólo una empresa conoce, generando una dependencia total a estos dispositivos. Precisamente no quiero que mi hija esté condenada desde el primer día de su vida.
En este caso están jugando directamente con la vida de una persona. Al contrario que los datos de un terminal móvil, donde puedes controlar qué fotos están guardadas o, al menos, puedes elegir no llevarlo encima, aunque poca gente se mantiene incomunicada hoy en día, Amaranta no ha tenido elección. Le han impuesto un microchip que la acompañará durante toda su vida, capturando su posición en el planeta, creando una firma digital de su persona. No sabemos qué protocolos utiliza para comunicarse, ni la seguridad de los mismos porque la empresa lo guarda en secreto, por lo que es cuestión de tiempo que un ciberdelincuente lo averigüe y lo utilice para robar información. Pero no sabemos si el mayor enemigo está fuera o dentro. No sabemos si toda esa información será utilizada con buenas intenciones o el Estado acabará vendiendo la información tarde o temprano, podrá ser usada en procesos de selección pudiendo desechar a una persona como no válida, antes incluso de presentarse a una entrevista de trabajo, para restringir la entrada a ciertas personas a un lugar; o para predecir actos de delincuentes antes de que se produzcan para influir en el amor y en el futuro de cada uno y en definitiva, para mermar la libertad. Este sistema también puede ser utilizado en la otra dirección, el chip puede almacenar información, ¿y si alguien es capaz de acceder al chip y cambiar aunque solo sea la información del RH de la persona? Cuando necesite una transfusión podrían inyectarle sangre incompatible. O incluso eliminar o cambiar datos de su historia clínica o eliminar la identidad de una persona. ¿Y si el sistema tiene una puerta trasera y se puede manipular el programa que gobierna el chip?
El lado bueno es que los niños podrán estar localizados en todo momento, siempre que no entren en jaulas de Faraday, lo cual no es tan raro como se puede pensar, uno de los negocios que más dinero da hoy en día es el alquiler de sitios seguros para reuniones de empresa y encuentros con personalidades importantes, aunque estar aislado puede llegar a ser muy caro. También está bien tener una monitorización del pulso, la temperatura y la presión sanguínea, y poder consultarla directamente desde mi reloj, o tener una alarma que me avise cuando haya algún problema. Podríamos saber al instante cuándo tiene fiebre, pero, ¿habrán tenido en cuenta que el ritmo cardíaco cambia con la edad y la actividad física? No me gustaría recibir alertas cuando está practicando deporte, aunque sí cuando tiene miedo, aunque por otro lado, el miedo es parte de la vida y es algo que tiene que vivir por ella misma. En cualquier caso, creo que el precio a pagar es demasiado alto.
No paro de dar vueltas a la cabeza, y necesito relajarme y dormir un poco, voy a cerrar los ojos y concentrarme en el sonido del ventilador de fondo, aunque no puedo evitar que vengan a mi cabeza imágenes de lo sucedido hoy, incluso con finales alternativos en los que cojo a mi hija y salgo corriendo de aquel hospital. En cualquier caso, no sé cuánto más podría haber durado, tal y como está el asunto, me habrían pillado y me habrían denunciado igual. Deben ser las cinco de la mañana aproximadamente, y escucho unos zapatos aproximándose. Tal vez sea un guardia haciendo la ronda. Los pasos se detienen pasados unos segundos, y escucho un fuerte ruido de la cerradura de mi celda abriéndose. Yo me incorporo y veo un guardia que se dirige a mí:
– Héctor Damasco, acompáñeme –
Me levanto de la cama, he dormido con el calzado de la cárcel puesto, así que no tengo nada más que llevar, me lleva a una sala algo más grande que mi celda, con una mesa metálica y tres sillas, por supuesto, con cámaras en el techo y una puerta. Me siento en una de las sillas y aparece David. Él se ha tirado toda la noche hablando con abogados y pidiendo algunos favores para que yo pueda salir esta noche, previo pago de una cuantiosa fianza que ha puesto en serios problemas económicos a nuestra empresa. Estoy agradecido, pero no sé cómo mirarle. Nos marchamos de aquella sala, me devuelven mis pertenencias y me cambio de ropa. Una vez coloco mi comunicador en el trago, recibo varios mensajes, aunque ahora mismo no tengo tiempo para ellos. Necesito ir a casa, darme una ducha y ver a Esther y a mi hija. Siento mucha vergüenza. Ojalá pudiera compensarlas por todo esto.
¿Continuar leyendo?
Para seguir la historia, mira el siguiente capítulo: Inteligencia simulada. Espero que te guste.
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Foto: Carles Rabada